SANTYSUEIRO
domingo, 4 de abril de 2021
sábado, 10 de septiembre de 2016
EL VALOR DE LOS GALLEGOS
EL VALOR DE
LOS GALLEGOS
Este año en
vacaciones por Granada, Málaga, Marbella y Puerto Banus, al entrar en una de
esas librerías de libros antiguos y muy baratos me encontré con este:
Reconquista de Santiago en 1.809, escrito por Ramón de Artaza en 1.909 y premiado ese mismo año en el Certamen Histórico Santiagués por el
Ministerio de la Guerra.
En él se
trata de la reconquista a los invasores Franceses de nuestra amada y querida
Galicia.
Además de
comentar las actuaciones de los jefes guerrilleros, al grito de “Deus fratresque Galleciae” ( ¡Dios y los hermanos gallegos! ) ; tales como: Cachamuiña ( Bernardo González), La Carrera, Morillo, Mariano Troncoso
( Abad de Couto), Cayetano Limia, Juan
Rosendo( Abad de Valladares) …… y
otros muchos, también habla del Marqués
de la Romana y del General ingles Duque
de Hierro ( Lord Wellington )
que vino en nuestra ayuda, haciéndose cargo del Cuarto Ejercito. De este copio el glorioso documento que tendría
que figurar con letras de oro en nuestra historia.
-. Guerreros del mundo civilizado -:
-. Aprender á serlo de los individuos
del Cuarto Ejercito que tengo el honor de mandar. Cada soldado de él merece con
más justicia que yo el bastón que empuño.
Todos somos testigos de un valor
desconocido hasta ahora: del terror, la muerte, la arrogancia y serenidad, de
todo dispongo a su antojo.
Dos divisiones fueron testigos de este
combate original, sin ayudarles en cosa alguna, por disposición mía, para que
llevaran una gloria que no tiene compañera.
Españoles: Dedicaos todos a imitar á los inimitables gallegos. ¡Distinguidos sean hasta el fin de los siglos, por haber
llegado su denuedo á donde nadie llego! Nación Española, premia la sangre vertida por
tantos cides. Diez y ocho mil enemigos con una numerosa artillería
desaparecieron como el humo, para que no os ofendan jamás.
Cuartel General de Lasaca, 4 de
Septiembre de 1.813.
Ya se ve, un ingles con toda
su flema, habla así de nuestros ancestros.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de
Alianzagalega
domingo, 21 de agosto de 2016
EL TRONANTE DE MEDELA
EL TRONANTE
DE MEDELA
Se cuenta, y el cuento, que se da como hecho real,
viene ya de muchísimos años atrás, que el cura de Santaya de Probaos (ayuntamiento
de Cesuras, partido judicial de Betanzos) era un hombre tan bueno y tan santo,
que su fama llegaba más allá de las tierras de Bergantiños y Barcala. El día de
la fiesta patronal convidaba a comer a todos los pobres que a Santaya llegaban,
y había que ver lo exquisito del caldo que para ellos hacía disponer el buen
párroco, con su tocino y chorizo y abundantes patatas y, para acompañarle, sus
buenos molletes de pan de trigo que él mismo repartía en grandes trozos. Y para
todos había, gracias a Dios, que le proporcionaba al bueno del cura en sus
tierras ricas cosechas de centeno y trigo que eran un milagro.
Le querían tanto sus feligreses, que en el tiempo
de las sementeras, como en el de las siegas o la trilla, acudían complaciéndose
a servir a quien tanto les valía y ayudaba con consejos y avenencias, si por
caso tuvieran desavenencias entre ellos, como suele suceder entre hombres de
todas las castas.
Pero el caso fue que un año empezó a llover y descargó
una gran tormenta cuando la era del señor cura estaba cubierta de haces de
trigo y la trilla iba ya a media mañana. Aquel año fueron muchos los ferrados
de pan que se perdieron para el santo hombre y no pocos también los que se
pudrieron en los graneros de sus feligreses.
Lo peor fue que el año siguiente, coincidiendo
también con la trilla del párroco, otra tremenda tromba de agua, producida por
la tronada aterradora que estalló con gran estruendo y no pequeños daños para todos
los de la parroquia de Santaya, se repitió la catástrofe. Y así aconteció los
subsiguientes años, tan desafortunadamente, que, amaneciendo días claros y
limpios de nubes y luciendo el sol en todo su esplendor, de repente se
entoldaba el cielo y los truenos retumbaban en los campos, a la vez que las
torrenciales lluvias lo encharcaban todo.
Se decía que aquello no podía ser sino cosa del
diablo o de brujas; tal vez las buenas obras y santidad del señor cura atrajeran
en contra de él y de su parroquia las envidias de otras parroquias; tal vez el
mismísimo diablo quisiera perderlo para tratar de condenarle, valiéndose de
aquellos infortunios a fin de que renegara de Dios, que tanto le había ayudado
siempre hasta entonces.
Pero llegó un día que, temiendo que no tendrían más
suerte que en los años anteriores, acudieron a la casa rectoral, dispuestos para
efectuar la trilla si por acaso fuere posible. Era en la víspera de San Juan de
Medela, que tiene una ermita cerca de Santaya en la cual se celebra su romería.
El párroco, antes de comenzar a extender sobre el
pavimento de la era los monllos de trigo, habló a sus feligreses diciéndoles:
Amigos míos: Hoy vamos a intentar nuevamente
hacer la trilla de nuestro trigo; tengamos fe en que Dios nuestro Señor y el
bendito San Juan de Medela han de apiadarse de nosotros y no nos dejarán de su
mano. Os ruego que os dispongáis para la trilla; pero, pase lo que pase, no
huyáis de la era, ni tengáis miedo alguno por lo que podáis ver, sea lo que
fuere.
Después de esto, hizo llevar a la era un viejo
armario que tenía en la bodega; en él se metió con un libro en la mano y se
puso a rezar.
Pero cuando los trilladores, después de colocar las
filas de monllos extendidos por la era, empezaron a golpear volteando los
pértegos, estalló la tormenta con más fuerza que nunca. Los relámpagos y los
truenos se sucedían sin tregua y los nubarrones, abriéndose, derramaron toda el
agua de que iban henchidos. Los trilladores tuvieron un primer impulso de
huida; pero, recordando las palabras del párroco, siguieron golpeando con los mayos
en el trigo, a pesar de que la lluvia arreciaba en fuerza y cantidad. El señor
cura, dentro del armario, seguía rezando y conjurando.
De pronto, al tiempo de retumbar un trueno
horrísono que hizo estremecerse a cuantos allí
estaban, vieron caer de las nubes como unas grandes tenazas de hierro; y
poco después, tras otro espantoso ruido, unas zuecas grandísimas; y luego,
entre una gritería satánica, cayó el tronante causa de las tempestades, ser
espantoso que parecía un gigantesco mono, tan contrahecho, negro y peludo como
demonio del infierno, que el verlo producía terror.
Entonces salió el señor cura del armario, con el
libro en la mano, gritando conjuros y diciendo:
¡Matadlo, matadlo, para que nunca más pueda
hacer daño a nadie!
Y los feligreses trillaron en el tronante con más
fuerza y saña que en los monllos del trigo sobre los cuales había caído. Y la
tronada y la lluvia se calmaron y volvió a salir el sol.
Y dícese que enterraron el maligno espíritu productor de las tormentas
con las zuecas y las tenazas al pie de la ermita de San Juan en la víspera de la
romería, ya que por su intercesión se rompió el conjuro.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de
Alianzagalega
domingo, 14 de agosto de 2016
UNA LEYENDA REDONDELANA
UNA LEYENDA REDONDELANA
Esta leyenda esta tomada de un libro de viajes escrito por un caballero
navarro llamado don Julián Medrano. Robert Southey, en sus Cartas
de España y Portugal, al describir su paso por Redondela
recoge también esta leyenda; a ella se refiere asimismo Annette M. B. Meakin,
en su libro Galicia, la Suiza española.
Es el caso que, allá por el año 1520, en Redondela, un hermoso puerto
de mar, casi al fondo de la ría de Vigo, había un famoso astrólogo y
adivino muy estimado no sólo allí, sino en Vigo, Pontevedra y en la mitad de
Galicia; y se le consideraba como si fuese el profeta Daniel. Este
astrólogo se llamába Marcolfo y, sacando pensión de todos aquellos
lugares marítimos, alcanzaba largamente para comer y aun para ser tenido como
hombre de posibles.
Por su fama, su buena presencia y sus dotes de sabido, gozaba de gran
consideración, de suerte que, sintiéndose en condiciones para tomar estado y
gustándole extraordinariamente la joven hija de un patrón marinero, hombre
principal, a la cual por su hermosura llamaban <<La
linda Almena>>, la solicitó por esposa y se casó con ella.
Vivieron así Almena y Marcolfo contentos y dichosos y se extendió
la fama del astrólogo por aquello de tener, además de sus conocimientos
científicos, hermosa mujer y muchos ducados.
Pero esto fue su perdición, porque esa noticia tan halagadora para él
llegó a los oídos de un gran pirata, el más ambicioso y cruel corsario que por
aquellos tiempos surcaba el mar Océano como único rey sobre las aguas.
Y aquel pirata, conocido por el capitán Sempronio, sintió en su corazón
el antojo de que aquella era una presa que merecía ser buscada y conquistada; y
buscó en efecto, por todas partes y con cuantas mañas imaginar pudo, el camino
y los medios para dar el asalto, que esta vez consideraba mucho más fácil que
los abordajes a que estaba acostumbrado sobre las movedizas y agitadas aguas
del mar y frente a los cañones que defendían las naves.
Había entonces en Redondela un santo patrón de una iglesia que
estaba fuera del lugar y a alguna distancia de él, y cuya fiesta era privativa
de los hombres, porque se trataba de cofrades que a ella pertenecían; las
mujeres permanecían entre tanto solas en sus casas. Sempronio tenía buenos
espías y fue informado por estos algunos días antes de la celebración de
aquellos actos. Durante la noche anterior a la fiesta, el pirata arribó a un
lugar muy próximo a Redondela y con unos cuantos de sus hombres se ocultó
en sitio oportuno para llevar a cabo su plan.
Una vez que Sempronio recibió la nueva de cómo todos los hombres
de Redondela habían comido juntos después de la misa y se dirigían a
unos olivares donde solían divertirse con diversos juegos, seguro de que entre
ellos estaba el astrólogo Marcolfo con sus adivinaciones y diciendo a
muchos de sus vecinos lo que les había de acontecer, el pirata saltó con sus
hombres armados a la casa del pobre astrólogo y entró en ella a saco,
llevándose las cosas de más valor y riqueza que allí se encontraban. Y tomando a
la señora Almena por un brazo, la metió dentro de su bergantín.
Después de cerrarla en su camarote, dio orden de desplegar velas y el
barco salió mar afuera llevándose a bordo el rico botín.
Sabida la mala nueva de que el pirata había ido a Redondela, todos
los hombres dejaron sus juegos y corrieron a la villa para tomar las armas;
pero cuando llegaron ya había zarpado el bergantín del capitán Sempronio.
El triste Marcolfo, hallando su morada vacía, sin bienes ni esposa,
se dirigió rápidamente a la ribera y se subió a una alta peña y, atando un gran
pañuelo en el extremo de un palo, lo agitó en el aire y principió a gritar,
llamando a su querida Almena y haciendo señas; pero el navío iba ya
lejos y ningún caso hicieron a sus señales ni a sus gritos, no tardando en
desaparecer. Entonces, el desesperado Marcolfo, desde lo alto de la peña
que estaba a la orilla del mar, se lanzó de un gran salto y, cayendo sobre unos
peñascos batidos por las olas, pereció entre las aguas.
Los de Redondela, apiadándose de su desgracia y condoliéndose de
su muerte, viendo que no podían enterrarle en tierra santa, después de haberlo
recogido, le abrieron un sepulcro dentro de unas peñas que están en medio del
mar, a las cuales no se puede llegar sin barco.
Y así terminó aquel
célebre adivino que no pudo adivinar su propia y terrible suerte.
Santiago Lorenzo Sueiro
Presidente de
Alianzagalega
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